top of page

INTRODUCCIÓN: NESTÓR LLORCA

25 años de la Facultad de Arquitectura e Ingeniería Civil
Presentación
Néstor Llorca Vega

Una Facultad puede concebirse como una muestra parcial de la sociedad en la que hay mujeres y hombres, alumnos y profesores, conservadores y liberales, cautos y entusiastas,  temerosos y audaces. Esta construcción se basa en la necesidad de caracterizar a las personas, casi siempre en estas dicotomías, en las que se otorga un rol al que se asigna una carga. A lo largo del tiempo en el que he sido parte de la Universidad desde alumno hasta la actualidad, he llegado a la conclusión de que esta diversidad no necesita ser etiquetada. Cada vez es menos útil la caracterización previa y por el contrario lo relevante es reconocer la vida universitaria como el momento clave en el que las identidades se construyen. Esto hace que los roles iniciales se desvanezcan, que todas las ideas sean escuchadas sin darle un peso distinto por las voces de las que provienen. Esta dinámica promueve que exista un ambiente de inconformidad de lo mediocre en los miembros de la comunidad universitaria. En resumen, lo importante no es lo que se aprende sino lo que se hace con lo que se aprende.

Para mí, entrar al mundo universitario como estudiante fue un hecho natural. Me encontré en un espacio en el que se potenciaba el pensamiento. Se miraba al futuro con una mezcla de esperanza y responsabilidad, y se compartía tiempo, posturas filosóficas y largas jornadas de trabajo con personas de los grupos más diversos. Por esto me encantaba ser estudiante universitario. Desde entonces, la Universidad es un lugar que me motiva y que me permite tener esperanza en que puedo mejorar el futuro, inclusive en momentos tan complejos como el actual.

Al ingresar a la UISEK como profesor, mantuve la premisa de pensar en la enseñanza como una acción para contagiar en los alumnos la idea de que son ellos quienes tienen que construir su pensamiento, su discurso como profesionales y su responsabilidad sobre la sociedad del futuro. En este papel disfruto de dar clases y de ver cómo un alumno mira la realidad de una nueva manera a causa de una materia que le sensibilizó o después de defender su tesis. Llevo cinco años asistiendo a casi todas las tesis de grado y maestría y sigo emocionándome cuando veo un alumno que demuestra solvencia, bagaje y conciencia sobre su papel como ciudadano. A través de la docencia descubrí una actividad que mezcla en un solo lugar el aprendizaje, el paso de la idea al resultado, la utilidad de la investigación y la reflexión de una nueva generación que mira los retos planetarios con otra perspectiva. Creo firmemente que en la mayoría de mis clases aprendo yo igual o más de mis alumnos que ellos de mí.

Cuando me propusieron ser decano de la Facultad de Arquitectura e Ingeniería Civil, acepté nervioso e ilusionado. Me propuse mejorar los programas que se me encargaban incidiendo en el proceso educativo y con el postulado de que lo aprendido en la universidad se convierta en una obligación de alumnos y profesores de producir un lugar mejor del que recibieron. Lo hice con la esperanza que tenía como estudiante, con la motivación de profesor, pero con la complejidad de la gestión de un decano. De una forma muy rápida aprendí que una intención o un deseo no se cumplen si no se piensa a largo plazo y se diseñan herramientas objetivas para conseguirlo. Esto en medio de un ambiente complejo de discusiones en una disciplina como la arquitectura en la que nunca hay consensos absolutos. En la Facultad hay grandes diferencias en las formas de pensar, en los intereses, las estructuras culturales y prioridades. Y, en lugar de recibir esta condición como un problema, me aproximé a esta con ganas de aprender de lo que desconocía y aprovechar la heterogeneidad de perfiles, desde la transversalidad y el pensamiento divergente. No puedo decir que soy neutral, pero sí que acojo aquello que favorece al grupo a pesar de no estar del todo de acuerdo.

Esta manera personal de mirar la Universidad anidó con mucha naturalidad en la UISEK, no necesariamente porque había afinidad en esta aproximación, sino porque la institución lo permitía. Allí aprendí también una gran lección para un trabajo académico: es mucho más importante la tolerancia que el acuerdo. Escribo este texto con motivo del 25° aniversario de la Facultad, tiempo en el que han existido una gran cantidad de experiencias formativas, distintas líneas de pensamiento, aproximaciones ortodoxas y heterodoxas a la disciplina, al papel de la arquitectura en la sociedad, a los atributos del espacio o los discursos sobre pedagogía que persiguen distintos balances entre teoría, proyecto, comunicación gráfica y construcción, y muchas otras situaciones que han configurado una especie de palimpsesto de múltiples voces a lo largo de este cuarto de siglo. 

Esta mezcla de aproximaciones diversas ocurre en el Campus Juan Montalvo ubicado en el Monasterio de Guápulo. Este emplazamiento es un verdadero privilegio para la Facultad. La única de la ciudad que se asienta en un lugar que es parte del catálogo de edificaciones de la Declaración de Quito como Patrimonio Cultural de la Humanidad, en medio de una topografía escarpada y una bisagra entre la ciudad densa y un barrio en el que cada septiembre, en sus fiestas, recuerda que es más pueblo que ciudad. Espacios que ahora son aulas, pero que en el pasado acogieron a los franciscanos. La tolerancia también se manifiesta en la diversidad de interpretaciones que da la comunidad universitaria a la forma de habitar el Campus desde distintos credos y la carga simbólica del edificio. Es difícil ser indiferente a los colores verdes de la cúpula principal que corona la Iglesia, las paredes blancas del claustro, los murales de motivos religiosos en las paredes de pasillos y algún aula, los frutos de los viejos árboles del jardín posterior le dan un aire centenario al edificio. Y allí mismo, se llenan de colores de exposiciones, andamios temporales con cintas destellantes, casilleros grafiteados en un “workshop”, maquetas, láminas, drones volando, impresoras 3d, conciertos con videomaping o un brazo robótico. Estos son portavoces de esta ocupación contemporánea del Campus. Todo tejido por el fulgurante brillo de una clase llena de alumnos con ganas de hacerse escuchar. En el edificio de la Facultad conviven la conciencia de un pasado lleno de lecciones y la búsqueda de un futuro emocionante.

Una aproximación hacia la academia así tiene un reflejo en el papel formativo de los arquitectos y nuestra disciplina. Esto hace que la carrera en la actualidad acoge los conceptos de divergencia, pensamiento complejo, prospectiva o tolerancia en su malla y procesos de aprendizaje. Los retos que la sociedad exige a un arquitecto para el futuro son altos y diferentes a los de antaño. Son tiempos en los que lastimosamente se evidencian las desigualdades, segregaciones y los resultados de los excesos de consumo. Vivimos una época de cambios geológicos, demográficos, tecnológicos, culturales y filosóficos, en los que un arquitecto tendrá mucho que proponer si entiende que debe sumarse con rigor y ética en este cambio de paradigma planetario. En este proceso es necesario sincronizar las respuestas rápidas a lo urgente y la paciencia que requiere nuestro papel en el futuro. A pesar de que usualmente se premia la velocidad mal entendida como eficiencia, muchas veces es más conveniente ralentizar que apremiar, cambiar de ritmo para ver las cosas con claridad, permitir el error como parte del aprendizaje y detenerse a escuchar.

También es posible aproximarse a la ciudad como el lugar en el que los arquitectos nos desenvolvemos en la mayoría de nuestra práctica desde esta perspectiva. La ciudad contiene al menos una población condensada y un entorno construido que tiene como función más básica mejorar la calidad de vida de esta población. Para esto necesita fundarse desde el concepto de tolerancia en donde pensamientos distintos, culturas diversas y personas de todas las características puedan usar estos espacios desde la coexistencia. En el momento en el que la tolerancia desaparece, las cualidades espaciales que buscan mejorar la calidad de vida, la tecnología, la búsqueda eficiente de la densidad de población se vuelven inútiles. La tolerancia tiene como herramienta la comunicación, la arquitectura es una forma de comunicación y un soporte para el mensaje de otros formatos, por tanto, es a la vez un conductor y un emisor.

En esta búsqueda de otorgar herramientas de calidad de vida a la ciudad, la solución anterior fue la seguridad. Sin embargo, esta tiene limitaciones que han potenciado la desigualdad, porque la seguridad se basa en la separación y el control. La tolerancia fomenta la libertad de vivir la vida que elegimos, mientras que la seguridad permite la vida que cedemos al control. Esta decisión por la seguridad tuvo consecuencias que se reflejan en la desvalorización de lo que nos debería unir: el espacio público, lo común, lo cotidiano, lo comunitario o lo popular y que por el contrario muchas veces nos separa. La discusión sobre lo que nos pertenece a todos, lo que nos da identidad o simplemente el sentido común es una deuda pendiente como sociedad y desde allí la arquitectura sí se vuelve versátil e inclusiva, tiene mucho que aportar.

Es evidente que 25 años de una historia así no se construyen por una sola persona, sino por el aporte de muchos. Por esto quiero reconocer el soporte que la Institución Internacional SEK con inicios en 1892, a través de su presidente D. Jorge Segovia Bonet dio para la fundación de la Universidad en 1993, la creación de la Facultad de Arquitectura en 1996 bajo el rectorado de D. Rodolfo Ceprián y la primera Decana, Dna. Eva Ortiz, los profesores y alumnos fundadores, los profesores y alumnos de todos los períodos, la rectora actual de la UISEK, Dna. Nadia Rodríguez, y todos los miembros de la comunidad universitaria que han aportado en este relato tan diverso como dinámico. Quiero agradecer a todos quienes fueron convocados a participar de este libro y exposición y lo hicieron con la ilusión de contar su relato desde un lugar que les pertenece.

Esta naturaleza dúctil de la Facultad se refleja en el libro que tienen en sus manos y que les presento con orgullo por ser un reflejo de este discurso que busca ser contemporáneo y diverso.
 
Feliz aniversario a toda la comunidad que ha construido la Facultad de Arquitectura e Ingeniería Civil.
 

bottom of page